viernes, 30 de enero de 2009

Nada es para siempre*

Nada es para siempre, dice en una canción Fabiana Cantillo. Y así es. Todo, en algún momento de la vida, llega a un final. Y para nosotros, ha llegado uno de esos momentos. Atrás estamos dejando seis años, que a la larga se convertirán en los más recordados.
Seis años han pasado desde aquel 13 de marzo del 2000, donde con muchos nervios afrontábamos nuestro primer día de clases. Ya por ese entonces, recuerdo a algunos compañeros, incluyéndome a mi, que nos preguntábamos cuándo íbamos a terminar, cuándo sería el día en que todo terminara. Y el día ha llegado. Es hoy.
Cuantas cosas hemos vivido en estos años. ¿Quién no recuerda los almuerzos en el comedor, antes de ir a jugar al fútbol, los días que teníamos física? ¿Cómo olvidar las corridas a los cibers, para ganar una máquina, cuando estábamos a full con el Counter?. O este año, los partidos de fútbol entre los quintos.
Y acá quiero reconocer a alguien que nos acompaño desde el primer minuto, y que siempre nos anunciaba o lo peor, o lo mejor: el timbre. Que duro sonido cuando anunciaba el comienzo de una hora, en la que teníamos alguna materia pesada o alguna prueba. Que hermosa combinación de sonidos, cuando éste anunciaba el fin de una hora.
Y cada uno de nosotros guarda cientos de momentos vividos dentro de las aulas. Como olvidarnos de esos recreos antes de un prueba, donde estábamos entre todos tratando de repasar. Lejos van a quedar esas horas libres de 7º cuando jugábamos al ajedrez, y que ahora aprovechamos para ir a tomar una gaseosa.
Para los que compartieron la carroza, quedarán los recuerdos del canchón como máximo exponente de esta etapa.
Están también los profesores, que se ganaron ya sea la idolatría cuando nos aprobaban, o el odio ante una nota baja. Aquellos que de acá en cinco años nos acordaremos de las cosas por las que los hicimos pasar, y por las que ellos nos hicieron pasar a nosotros. Vaya para ellos, nuestros saludos.
Y acá están los tres quintos. Cada uno muy particular. A mi derechalo tenemos al 5º A, los famosos mineros. Ellos si que pueden tener recuerdos de horas libres, ya que la mitad del año la pasaron afuera del curso. Que titanes. A mi izquierdaestá el 5º C. Para destacar, el compañerismo que tienen entre ellos. Están siempre juntos, porque donde está uno, seguro que allí vas a encontrar al resto del curso. Su recuerdo seguramente estará en el viaje a Bariloche. Y a mi frente está el 5to B, los quimiqueros. Gente aplicada si las hay. Cómo recuerdo quedará las cosas que llegamos a hacer para no tener pruebas, o para que éstas sean más fáciles. Y si, esto es una selva. Como recuerdo general, quedará la cena del miércoles pasado, pero es algo temprano para contar lo que paso allá.
Y ahora hemos llegado al final de ésta etapa. La secundaria para nosotros pasará a ser algo llenos de recuerdos, la mayoría de ellos recuerdos agradables. Ha sido en esta etapa donde cada uno se ha formado como persona, donde hemos encontrado a aquellos pilares nuestros, aquellos que nos sostuvieron y nos sostienen, que son los amigos. Algunos encontraron algo más que amigos.
Hoy dejamos de ser estudiantes secundarios. Pero no dejamos de ser amigos o compañeros. Cuando nos crucemos con aquel con quien nos llevábamos mal, seguramente el hecho de haber compartido esta etapa, hará que dejemos atrás todas las diferencias. “Quién ha encontrado un amigo, ha encontrado un tesoro”.
Por eso, muchas gracias a todos aquellos con quienes hemos compartido la secundaria. Muchas gracias a quienes nos ayudaron. Muchas gracias a la Escuela de Minas por habernos cobijado durante estos seis años. Muchas gracias a todos, pero en especial a mis compañeros, quienes serán de aquí en más, una parte importante de mi vida. Muchas gracias, y hasta siempre.

*Discuros de despedida de los 5tos años, promoción 2005

Cómo vas a saber, versión FASTA

Cómo vas a saber lo que es el frío... si nunca dormiste en carpa en Chaquivil
Cómo vas a saber lo que es el hambre... si nunca fuiste a un campamento
Cómo vas a saber lo que es la risa... si nunca estuviste en fogón
Cómo vas a saber lo que es la adrenalina... si nunca te arengaron en un ataque al fortín
Cómo vas a saber lo que es la euforia... si nunca ganaste la mejor escuadra
Cómo vas a saber lo que es la música... si nunca cantaste una marcha después de una forja
Cómo vas a saber lo que es la grandeza... si nunca subiste una motaña
Cómo vas a saber lo que es la amistad... si nunca hiciste una guardia con un camarada
Cómo vas a saber lo que es la solidaridad... si nunca alentaste al último templario que va en la forja
Cómo vas a saber lo que es la picardía... si nunca te comiste un capotón por buen tipo
Cómo vas a saber lo que es el sueño... si nunca te quedaste en una reunión de comando en un campamento
Cómo vas a saber lo que es la alegría... si nunca hiciste una entrada a un fogón
Cómo vas a saber lo que es tener la piel de gallina... si nunca escuchaste una homilía del Padre Fundador o del Padre Guillermo
Cómo vas a saber lo que es el silencio... si nunca tuviste una misa en pleno campamento
A todos ustedes. A quienes fueron mis Escuderos y mis Templarios. A aquellos quienes alguna vez

La locura

La locura, inmenso mar de ideas desesperadas, de visiones fantásticas, de cosas grandes. Sumergirse en sus aguas revoltosas no basta; hay que ahogarse en ellas, dejarse arrastrar por la corriente hasta lo más profundo y empaparse de nuevas realidades. Debemos hacernos uno con el mar, dejar que todo nuestro ser se llene de esas ideas. Debemos alejarnos de las costas y disfrutar de la inmensidad del océano de las grandes aventuras.
Ah, la locura. Para no morir en ese mar, debemos regresar hasta la orilla, y convencer a todos de bañarse en sus aguas, de dejarse arrastrar por la corriente. Debemos mostrarles realidades más grandes y hermosas que las que se encuentran en la orilla. Sólo así, dejaremos de ser locos, para pasar a ser grandes y geniales, bellos y magníficos, como el mar en el que nos hemos sumergido.

lunes, 26 de enero de 2009

Me ponés MUY nervioso *

Tú, espigado guerrero moreno de hierática faz.

Tú, mágico maestro de los (muy) lentos movimientos, espirales interminables, maniobras que desconciertan al enemigo, al amigo, y a todos los que te contemplamos, desesperados en aullidos eternos.

Tú. Sí: Tú.

Conoces los secretos de La Pausa, eres capaz de suspender un instante en el infinito. Mientras la multitud, esa excecrabe turbamulta, se regocija soezmente en las impurezas del dinamismo, Tú nos enseñas en complicados arabescos el Camino que para nosotros, pobres ignaros, no conduce a ninguna parte.

De pronto sorprendemos al enemigo. Suena el clarín de un contrataque fulminante. Todos nuestros guerreros corren enloquecidos a vulnerar la retaguardia del enemigo malparado... Pero Tú estás sublimemente más allá de tales simplezas. No puedes rebajarte a tales muestras de impío prosaísmo.

En medio de la carrera frenética en la que todos se embarcan con desesperación, Tú, con majestuoso ademán, detienes el tiempo. Con lentos gestos (muy lentos) das la espalda a las huestes enemigas en magnífica muestra de desprecio, como quien tiene cosas más importantes que hacer, e inicias tu complicada y pausada (muy pausada) danza.

El enemigo entonces se rearma, se reagrupa apresuradamente, sus defensas están nuevamente listas. No importa. Tú apenas lo adviertes, oteando el Más Allá, calculando la dirección del viento, sopesando las líneas tácticas, abarcando con tu mirada panorámica todos los ángulos en sabia apreciación. Perfeccionista, no te gusta ese torpe apresuramiento, esos avances rectilíneos, eres el enemigo mortal de lo evidente.

Recibes solemne el esotérico talismán, testigo esférico de secretos incalculables, e inicias con él lo que parece un complicado baile con impertérrita expresión. Un remolino de guerreros amigos y enemigos se agrupan a tu alrededor como insectos impotentes. Rodean tu danza y se afanan ineptos en la confusión. El Caos Eterno acompaña tu paso cansino.

Nadie entiende nada. Y menos nosotros, pobre plebe que en muchedumbre aullante se retuerce y desespera en juramentos, incapaz de entender tus inescrutables intenciones y alejar esa vil pasión que nos oprime en favor de tu arte estático...

Volverás a empezar y todos volverán a empezar contigo, todos volveremos desde atrás, desde el fondo de la batalla, otra vez, y otra, en un Eterno Retorno en el que el mundo entero se agita en las fatigas a las que Tú pareces inasequible.

Riquelme: me tenés podrido.


* Excelente post del blog Jugo de Ladrillo: http://jugodeladrillo.blogspot.com/2006/06/me-pons-muy-nervioso.html

domingo, 25 de enero de 2009

Romance Celeste y Blanco

Un pedazo de suelo de mi Patria,

y un fogón orillando la alborada

entre mate y pitada trasnochao

el cimarrón girando en rueda gaucha

mientras a media voz sobre el paisaje

un cuento se alza en vuelo de guitarra

y la voz paisana del relato

forma prieta golilla en la garganta

fue, fue cuando en tuita salta

no hubo crillo que mesquinara el pecho ante las balas

la montaña, las montaña y el llano

eran altares donde el coraje macho de la raza

entre lagrimas, chuzas, sangre y sable

consagraban la victoria de mi Patria

cada voz, cada voz era un grito de ¡a la carga!

que sonaba a clarín en las patriadas

y cada mano gaucha garrafiera

que la batalla prolongaba en lanzas

con su permiso señor, pasa muchacho

vengo de tacuara alta, soy juan peralta

y he galopeado diez leguas,

para pedirle que me deje peliar en las patriadas

tengo un rano ligero como el viento

y una daga, una daga filosa en mi tacuara

un encargo decis? mesmo

e un encargo de mi mama

es una deuda sabe? una deuda que me ha dejao mi tata

cuando cayo guapeando en una carga

para que su hijo mayor se la pagase

con la sangre caliente de esos maulas!!!

y cuantos años tenis? yo, yo voy pa 13,

y mi hermano por 11, por ahi le anda

y que dira tu mama si los matan

que se yo...mi mama, mi mama va a decir

que supimos morir como peralta

y el mas chico agarrao a los pantalones del comandante

y llorando, llorando pero sabiendo que va a morir

por ese algo macho, por ese algo grande que es como la madre,

que tuito lo da y que nada lo pide y que se llama patria

arrodillao le dice: señor dejeme morir peleando señor,

que yo se lo juro mi mama no va a llorar si nos matan señor

mi mama no va a llorar si nos matan señor

porque mi mama, señor, porque mi mama es gaaaaaaaaaaaaaaaucha

miércoles, 21 de enero de 2009

El MST y sus incoherencias.

Hay un puente en Jujuy, en donde se pueden ver consignas pintadas por los militantes del MST, hablando en contra de Israel y a favor de Palestina. Este tema lo voy a dejar para otro día, hoy quiero hablar sobre una de las pintadas en particular:
"Por una Palestina laica, obrera y socialista"
Por pintadas como éstas el MST tiene menos gente que un partido entre Dep. El Cruce y Sp. Palermo.
Aclaremos los tantos: Palestina es una nación musulmana. Por lo tanto, la religión y la política están indisolublemente unidas; es más, la política está sujeta a la religión. En todos los países musulmanes es así.
Obrera: En el Islam, primero se bendice a los guerreros que llevan adelante la Guerra Santa, segundo a los comerciantes y por último se reconce a los artesanos u obreros. Es decir, que los musulmanes elegirán en última instancia a la industria o trabajo manual como profesión.
Socialista: La base del socialismo, más allá de su concepción materialista y colectivista, es la igualdad entre los seres humanos, entre hombre y mujer. ¿Se imaginan esto en una sociedad musulmana?.
Por decir incoherencias como éstas, los obreros son todos peronistas y no socialistas.

lunes, 19 de enero de 2009

Atados a la naturaleza.

Estamos atados a nuestra naturaleza. Hay cosas de las cuales somos incapaces de escapar. Sentimientos que no podemos reprimir.
Un lágrima, una sonrisa, un momento de cólera, un dolor en el interior. Y lo que nos hace diferentes de los animales, es sentir todo eso por algo exterior a nosotros, por algo que no sentimos en el orden de lo sensible, sino que lo percibimos con el alma.
El hombre, es más humano si deja fluir esos sentimientos con naturalidad. Y es más perfecto si sabe dominar lo que provocan esos sentimientos, si no se deja arrastrar hacia la desesperación o la ilusión que provocan esos sentimientos.
Aprender de esos sentimientos nos hace más fuertes.
Hoy vi el dolor de un amigo enterrando a su padre. Hoy compartimos su dolor, y nos dimos cuenta de que hay cosas a las que no se puede escapar. Las garras del destino de nuestra naturaleza son muy fuertes. Casi nunca fallan. El dolor de él el día de hoy, tiene que ser su fortaleza mañana. Para eso tenemos que acompañarlo, porque el hombre necesita de sus semejantes para poder sobrellevar los momentos difíciles.
Las lágrimas de mi amigo frente al féretro de su padre, fueron la expresión más humana que vi en los últimos tiempos.

domingo, 18 de enero de 2009

Búsqueda del destino

Estaba buscando una señal. Hace días que no me sentía pleno, dueño de mi mismo. Me sentía irremediablemente sumergido dentro de la corriente. Había perdido el control de la situación.
Por eso salí a caminar, sin saber bien dónde iba ni cuando iba a volver. Sólo esperaba encontrarme con una señal que me dijera cuál era mi destino.
Miraba desesperado a todos lados: las casas, las calles, las paredes, los ojos de aquellos con quienes me cruzaba, todo, esperando encontrar un señal. La noche fue cayendo sobre la ciudad y yo seguí caminando. Derecho, todo derecho.
Buscaba mi destino y estaba dispuesto a recorrer todo el mundo de ser necesario, pero no había señal alguna que me guiara.
No recuerdo cuánto tiempo caminé, y nunca llegué a saber por dónde fue exactamente que caminé. Algunas calles eran muy oscuras y no retuve sus imágenes.
No estaba perdido, a pesar de no saber en donde me encontraba. Sólo sabía que debía seguir caminando.
En una plaza en la que nunca estuve, vi la primer señal. Supe que era una señal, porque era algo totalmente extraordinario. Me vi sentado en un banco, señalondóme a mi mismo. Recuerdo haberme paralizado por la impresión de verme sentado en un banco señalandóme, cuando yo estaba en medio de la plaza.
Avancé muy despacio hacia el banco tratando de comprender que era aquella señal. Cuando me encotraba a unos metros me detuve para contemplarme mejor. Era yo, no había ninguna duda. Mi misma postura, mi misma ropa. Pero mi otro yo parecía mucho más grande, a pesar de que era una copia exacta del que estaba parado. Decidí acercarme para hablarme y preguntarme, pero cuando di el primer paso, mi otro yo se levantó de golpe. Me detuve y me examiné nuevamente. Ya no me señalaba, sino que me miraba burlón sonriendo en forma despectiva.
Al dar el segundo paso, mi otro yo se alejó un paso hacia el costado del banco. dí otro par de pasos, y el se alejó otros tantos. Evidentemente, desconfiaba de mi. Entonces decidí preguntarle de lejos. Cuando abrí la boca y sin que ningún salido hubiese salido de mi boca, él empezó a correr. Tardé unos segundos en reaccionar, pero sin saber por qué, lo empecé a seguir. Sabía que muy lejos no iba a llegar sin cansarse.
Y así fue como empecé a perserguirme por la ciudad. Corrimos un par de cuadras, o tal vez muchos kilómetros, nunca lo sabré. Ya lo estaba por alcanzar, estaba a sólo 5 metros, cuando al doblar en una esquina, lo perdí totalmente de vista. Era una calle totalmente desierta. Avancé lentamente mirando hacia todos lados, en busca de mi mismo. Sabía que muy lejos no debía estar, porque no soy tan rápido.
De repente, hacia al final de la calle, iluminado por una tenue luz proveniente del faro solitario de una iglesia, vi a mi otro yo apoyado en las rodillas intentado recuperar el aire. Sonrei: él estaba igual de cansado que yo. Algo en mi me decía que debía seguirlo sin que me viera, pues parecía que él creía haberme perdido.
Yendo por las zonas oscuras me acerqué a él y esperé a unos cuantos metros. Al cabo de unos minutos o dos, se incorporó y mirando a todos lados, ta vez buscándome, comenzó a caminar hacia la pequeña iglesia.
Al entrar a ella, supe que ya no podía perderlo. Fui caminando hacia la iglesia, y siguiéndome, entré por la puerta del costado, que era una puerta pequeña. Al entrar, me encontré en plena oscuridad. La única luz provenía del altar. Mi otro yo se encontraba sentado en la tercer o cuarta fila de asientos de la izquierda, mirando al altar. No presentaba signos de cansancio por la carrera que habíamos tenido, mientras que yo estaba todo transpirado y me dolía el costado del estómago.
Me acerqué a mi otro yo y me senté a la misma altura que él, pero en la fila de asientos de la derecha. Al cabo de unos momentos, los dos nos miramos a los ojos. Fue entonces cuando me di cuenta de que ya no estaba cansado y que había algo raro en mi otro yo. Me levanté y él hizo lo mismo. Nos fuimos acercando hasta quedar a menos de un metro de distancia. Estiré la mano para tocarlo, pero sólo me dí contra una vidriera que reflejaba mi imagen. Dentro de la vidriera había una imagen de un santo.

Dos imágenes en un estanque, por Giovanni Papini

¿Sólo para volver a ver mi rostro en un estanque muerto, lleno de hojas muertas, en un jardín estéril, me detuve después de tanto tiempo en la pequeña capital? Cuando me aproximaba a ella no pensaba tener otro motivo que éste.Regresando del mar y de las grandes ciudades de la costa, sentía el deseo de las cosas ocultas, de las calles estrechas, de los muros silenciosos y un poco ennegrecidos por las lluvias. Estaba seguro de hallar todo eso en la pequeña capital, en la ciudad donde había estudiado durante cinco años, con maestros de clásicas barbas blancas, las ciencias más germánicas y más fantásticas.Recordaba a menudo la querida ciudad, tan sola en medio de la llanura, como una exiliada (he pensado siempre que existen también ciudades desterradas de su propia patria), sin río, sin torres ni campanarios, casi sin árboles, pero totalmente quieta y resignada en torno al gran palacio rococó, en el que charla y duerme la corte. En las calles, a cada cien pasos, hay un pozo y junto al pozo una fuente y sobre cada fuente un guerrero de terracota, pintado de azul y rojo pálido.Recordaba también la casa en que viví durante los años de mi aprendizaje científico. Mis ventanas no se abrían sobre la plaza sino sobre un gran jardín, cerrado entre las casas, donde había, en un rincón, un estanque circuido por rocas artificiales. A nadie le importaba el jardín: el viejo señor había muerto y la hija, aburrida y devota, consideraba a los árboles como herejes y a las flores como vanidosas. También el estanque había muerto por su culpa. Ningún chorro brotaba ya de su seno. El agua parecía tan cansada e inmóvil como si fuese la misma desde hacía una cantidad enorme de años. Por lo demás, las hojas de los árboles la cubrían casi enteramente e incluso las hojas parecían haber caído allí en otoños míticamente lejanos.Este jardín fue el sitio de mis alegrías mientras viví en la pequeña capital. Tenía la libertad de poder visitarlo cada hora y cuando los maestros no me llamaban me sentaba con algún libro junto al estanque, y cuando estaba cansado de leer o la luz menguaba, intentaba mirar mis ojos reflejados en el agua o contaba las viejas hojas y seguía con estática ansiedad sus lentos viajes bajo el hálito desigual del viento. Alguna vez las hojas se apartaban o se reunían todas en el fondo y entonces veía en el agua mi rostro y lo contemplaba tan largamente que me parecía no existir más por mí mismo, con mi cuerpo, sino ser solamente una imagen fijada en el estanque por la eternidad.Fue por eso que corrí inmediatamente al jardín, apenas llegué a la pequeña capital. Habían pasado muchos años, pero la ciudad se mantenía igual. Por las mismas calles estrechas pasaban las mismas mujeres enanas y amarillentas, de cofias ajadas, y los guerreros de terracota, inútiles y ridículos, se apoyaban en el puño de las espadas sobre las habituales fuentes.Y también el jardín estaba tal como yo lo había dejado, también el estanque estaba como yo lo vi por última vez, antes de regresar a mi patria. Alguna mata de más en los canteros, algunas hojas más en el estanque y todo el resto como antaño. Quise entonces volver a ver mi cara en el agua y me di cuenta de que era diferente, muy diferente de aquella que tan lúcidamente recordaba. El encanto de ese estanque, de ese sitio volvió a apoderarse de mi. Me senté sobre una de las rocas artificiales y con la mano moví las hojas muertas para formar un espejo más grande a mi rostro palidecido y transfigurado. Permanecí algunos minutos mirando mi imagen y pensando en las leyes del tiempo cuando vi dibujarse en el agua otra imagen junto a la mía. Me volví bruscamente: un hombre se había sentado a mi lado y se reflejaba junto a mí en el estanque. Lo miré sorprendido -volví a mirarlo y me pareció que se me asemejaba un poco. Dirigí de nuevo los ojos al estanque y contemplé otra vez su imagen reflejada sobre el fondo sombrío. Al instante comprendí la verdad: ¡su imagen se parecía perfectamente a la que yo reflejaba siete años antes!En otro tiempo, quizás, aquello me hubiera espantado y seguramente habría gritado como quien se halla preso en el circulo de alguna invencible obsesión. Pero yo sabía ahora qué solamente lo imposible se vuelve real algunas veces y por lo tanto no sentí el menor asomo de terror. Tendí la mano al hombre, que me la estrechó, y le dije: -Sé que tú eres yo mismo, un yo que pasó hace mucho, un yo que creía muerto pero que vuelvo a ver aquí, tal como lo dejé, sin cambio visible.Y no sé, oh mi yo pasado, qué deseas de mí yo presente, pero sea lo que fuere no sabré negártelo.El hombre me miró con cierto estupor, como si me viera por primera vez, y respondió después de unos instantes de vacilación:"Quisiera estar un poco contigo. Cuando tú creíste partir definitivamente yo permanecí aquí, en esta ciudad donde no pasa el tiempo, sin moverme, sin hacer nada, esperándote. Sabía que regresarías. Habías dejado la parte más sutil de tu alma en el agua de este estanque y de esta alma yo he vivido hasta hoy. Pero ahora quisiera unirme nuevamente a ti, permanecer estrechado a ti, viviendo contigo, escuchando de ti el relato de tus vidas de todos estos años. Yo soy como tú eras entonces y no conozco de ti más que lo que tú conocías entonces. Comprende mi ansiedad de saber y de escuchar. Hazme de nuevo tu compañero hasta que partas una vez más de esta ciudad exiliada del mundo y del tiempo."Asentí con la cabeza y salimos del jardín tomados de la mano, como dos hermanos.
Comenzó entonces para mí uno de los periodos más singulares de mi vida, esta vida mía tan diferente ya de la de otros hombres. Viví conmigo mismo -con mi yo transcurrido- algunos días de imprevista alegría. Mis dos yo caminaban por las calles mal empedradas, en medio del silencio que reinaba desde hacía tanto tiempo en la pequeña capital -¡un silencio que databa del siglo decimoctavo!-, y conversaban incesantemente tratando de recordar las cosas que vieron, los hombres que conocieron, los sentimientos que los agitaron, los sueños que dejaron un amargo sabor en sus espíritus. Las dos almas -la antigua y la nueva- buscaron juntas la universidad, silenciosa y sepulcral como un monasterio montañés -recorrieron el jardín a la francesa, detrás del palacio rococó, donde las estatuas, mutiladas y ennegrecidas, no concedían más de una mira da a las alamedas infinitas- y se aventuraron hasta el Liliensee, una chacra mal excavada que por decreto de los viejos príncipes había llegado a obtener el nombre de lago. ¡No puedo recordar aquellos días de paseos y de confidencias sin que desfallezca por un instante mi corazón! Pero luego de las primeras horas de efusión, después de los primeros días de evocaciones, comencé a sentir un tedio inenarrable al escuchar a mi compañero. Ciertas ingenuidades, ciertas brutalidades, ciertos modos grotescos que continuamente exhibía me desagradaban. Me percaté, además, al hablar extensamente con él, de que estaba lleno de ideas ridículas, de teorías ya muertas, de entusiasmos provincianos hacia cosas y seres que yo ni siquiera recordaba. Confiaba en ciertas palabras, se conmovía con ciertos versos, se exaltaba ante ciertos espectáculos que a mí, en cambio, me inspiraban muecas o sonrisas. Su cabeza estaba llena todavía de ese romanticismo genérico, desproporcionado, hecho de cabelleras desmelenadas, de montañas malditas, de bosques tenebrosos, de tempestades y de batallas' con redoblar de truenos y tambores, y su corazón se deshacía en aquel pathos germánico (flores azules, luna entre nubes, tumbas de castas novias, cabalgatas nocturnas, etcétera) del cual vivían los esmirriados petimetres melancólicos y lar, señoritas rubias un poco obesas.Su ingenuo orgullo, su inexperiencia del mundo, su ignorancia profunda de los secretos de la vida, que al principio me divertían, terminaron por cansarme, por suscitar en mí una especie de compasión despreciativa que poco a poco llegó a la repugnancia.Durante algunos días aún supe resistir mi deseo de insultarlo o de huir, pero una mañana, luego de que hubo declamado con gran énfasis un lied estúpidamente conmovedor, sentí que mi desprecio iba transformándose en odio."Y sin embargo, pensé, yo mismo he sido en otra época este hombre del que me burlo, este joven ridículo e ignorante. Él es todavía, de alguna manera, yo mismo. Durante estos largos años yo he vivido, he visto, he adivinado, he pensado y él ha permanecido aquí, en la soledad, intacto, perfectamente igual a ese que era yo el día en que dejé estos lugares. Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado -y sin embargo en ese tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora desprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoy a la de ayer. ¿Quién tendrá piedad de mí si yo no la tengo para mí mismo?"Mientras yo pensaba esto, el yo antiguo me hablaba y declamaba. Yo no tenía nada ya para decirle y callaba; él no tenía nada más para decirme, pero, en vez de callar, fabricaba frases y recitaba poesías horriblemente extensas. ¿Qué había ahora de común entre nosotros? Habiendo agotado los recuerdos del pasado lejano, yo no podía hablar con él del pasado próximo, de todo mi mundo reciente de bellezas conocidas, de corazones amados y destrozados, de paradojas improvisadas en torno de la mesa de té, y mucho menos del sueño doloroso que ocupa ahora íntegramente mi alma. Era inútil decirle todo eso; él no me comprendía. El sonido de ciertas palabras que me sugería toda una escena, las asociaciones de ideas de un perfume, de un nombre, de un rumor nada le decían a su alma. Me rogaba que le hablara, y si consentía, me escuchaba con curiosidad pero sin sentir, sin comprender, sin revivir conmigo lo que yo le narraba. Sus ojos se perdían en el vacío y apenas yo enmudecía recomenzaba sus declamaciones y sus melosidades sentimentales.Llegó, pues, un día en que el odio contra ese pasado yo mío no supo ya contenerse. Le dije entonces con mucha firmeza que no podía más vivir con él y que debla separarme de su compañía para acabar con mi disgusto. Mis palabras lo sorprendieron y lo entristecieron profundamente. Sus ojos me miraron suplicando. Su mano me estrechó con más fuerza."¿Por qué quieres dejarme -dijo con su odiosa voz de teatral apasionamiento-; por qué quieres dejarme una vez más tan solo? ¡Te he estado esperando durante tanto tiempo en silencio, durante tantos años he contado las horas que me acercaban a estos momentos! Y ahora que estás conmigo, ahora que te amo, que hablamos del amor y de la belleza del mundo, de los pesares de sus criaturas, ¿quieres dejarme solo en esta ciudad tan triste, tan lentamente triste?" No respondí a sus palabras sino con un gesto de rabia. Pero cuando me adelanté para irme sentí su brazo aferrarme con violencia y escuché de nuevo su voz que me decía sollozando:"No, tú no partirás. ¡No te dejaré partir! Soy tan feliz ahora de poder hablar a alguien que puede comprenderme, a alguien que todavía tiene un corazón, ardiente, que viene de las ciudades de los vivos, que puede escuchar todos mis gemidos y acoger mis confesiones. ¡No, tú no partirás, no podrás partir! ¡No permitiré que te vayas!"Tampoco esta vez respondí y todo el día permanecí con él sin hablar. Él me miraba en silencio y me seguía siempre.Al día siguiente me preparé para irme pero él se plantó ante la puerta y no me dejó salir hasta que no le hube prometido que me quedaría con él durante todo el día.Así pasaron todavía cuatro días. Yo intentaba eludirlo, pero él me perseguía constantemente, aburriéndome con sus lamentaciones e impidiéndome, aun por la fuerza, abandonar la ciudad. Mi odio mi desesperación crecían de hora en hora. Finalmente, al quinto día, viendo que no podía liberarme de su celosa vigilancia, pensé que sólo me quedaba un medio y salí resueltamente de casa seguido de su lamentable sombra.También aquel día anduvimos por el estéril jardín donde tantas horas había pasado yo con su alma, y nos aproximamos, también aquel día, al estanque muerto cubierto de hojas muertas. También aquel día nos sentamos sobre las falsas rocas y separamos con la mano las hojas para contemplar nuestras imágenes. Cuando nuestros dos rostros aparecieron juntos sobre el espejo sombrío del agua, me volví rápidamente, aferré a mi yo pasado por los hombros y lo arrojé de cara al agua, en el sitio donde aparecía su imagen. Empujé su cabeza bajo la superficie y la sostuve quieta con toda la energía de mi odio exasperado. Él intentó resistirse; sus piernas se agitaron violentamente pero su cabeza permaneció bajo el remolino trémulo del estanque. Después de algunos instantes sentí que su cuerpo se aflojaba y debilitaba. Entonces lo solté y cayó aún más abajo, hacia el fondo del agua. Mi odioso yo pasado, mi ridículo y estúpido yo de otros años había muerto para siempre. Abandoné con calma el jardín y la ciudad. Nadie me molestó jamás por este hecho. Y vivo ahora todavía en el mundo, en las grandes ciudades de la costa, y me parece que me falta algo cuyo preciso recuerdo no poseo. Cuando me asalta la alegría con sus tontas risas pienso que soy el único hombre que ha matado a su yo y que vive todavía. Pero esto no es suficiente para que permanezca serio.

miércoles, 14 de enero de 2009

La garra Charrúa

El fútbol uruguayo siempre se caracterizó por un ser un fñutbol aguerrido, a raíz del gran temperamento de sus futbolistas. Un gran ejemplo de eso es el querido Obdulio Varela, capitán de la selección que dio el maracanazo. En los últimos timepos, esta garra se fue perdiendo, pero no sólo en Uruguay, sino en el resto del mundo. Con la salida de jugadores como Cristinao Ronaldo, Mauro Zarate (mau_19 para los usuarios de fotolog) y otros metrosexuales, el fútbol fue perdiendo esa rudeza y temperamento. Basta recordar a Gallardo arañando desde atrás a Abondanzieri.
Sin embargo, ayer se dio una muestra de lo que es la garra charrúa; meter y meter, sin importar el rival ni el partido. Y ayer Darío Silva demostró que en SU partido va dejarlo todo. Darío Silva sufrió un terrible accidente que casi lo mata (mató a su acompañante) y por el cual tuvo que sufrir la amputación de su pierna derecha por debajo de la rodilla. Cualquiera hubiera dejado todo para rehacer su vida, pero no Darío.
Ayer, con una prótesis, Darío Silva jugó un partido beneficio, e incluso hizo dos goles de penal, demostrando que el partido más importante es el de la vida, y el rival más dura es la adversidad.
Fue un jugador que nunca me gustó, al que nunca hubiera elegido para mi equipo. Pero después de tremenda demostración de valor y coraje, vayan mis saludos y admiración por él.
Su alma no está tranquila. Quiere hacer algo grande, dejar su huella en la historia. Esta inquiento y desesperado esperando su momento.
Tiene ansias de grandeza, pero en estos momentos no puede ni sabe cómo expresarse. Y eso lo angustia. Esta inactividad lo está carcomiendo; siente que su alma se quema por hacer algo grande. No sabe cómo, cuándo ni dónde, pero algún día estará en boca de todos. Sabe que tiene lo que se necesita para trascender. Sabe que tiene que ir más allá, Plus Ultra.
Espera su momento. Tiene que luchar para que la llama no se apague, debe hecharle nuevas ideas, más combustible, para poder icnendiar al resto del mundo, contagiarlos con su grandeza.